¿El olor de los libros esta en peligro de extinción?
Imaginen un libro viejo, de esos de cubierta de cuero que llevan varios años dormidos en una biblioteca de madera, y desprende una nube de polvo apenas sacudimos sus páginas.
Incluso antes de abrirlo, su fragancia inconfundible invade tu nariz.
Pero este no es sólo un placer del que disfrutan quienes aman las bibliotecas y los libros. Ese aroma también tiene un valor cultural que está en riesgo de extinción.
Por cada viejo ejemplar que se destruye, tira a la basura o coloca en una habitación con temperatura controlada, se acota cada vez más la experiencia de oler unas páginas antiguas.
Es un problema que va más allá de los libros: las perfumerías, los bares, las ciudades enteras tienen como telón de fondo un repertorio de aromas que está cambiando todo el tiempo.
Para Cecilia Bembibre, una investigadora de University College London (UCL), de Londres, el aroma de los libros viejos tiene un importante valor patrimonial.
Ella está desarrollando técnicas para recuperar esencias del pasado que se han "extinguido" y preservar los olores que todavía se pueden reconocer en el presente. Esta es una faceta de la investigación en temas de patrimonio que a menudo se pasa por alto.
"Los espacios de resguardo del patrimonio cultural, como galerías, museos, casas históricas, se centran principalmente en (el sentido de) la vista", explicó Bembibre.
"La propuesta que hacen tiende a ser visual. Con algunas excepciones, la estimulación de otros sentidos, por ejemplo mediante objetos que se pueden tocar u oler, está reservada a los niños", añadió.
Bembibre está tratando de cambiar eso y de otorgarle al sentido del olfato el lugar que se merece.
"Quiero llamar la atención sobre este tema del que se ha investigado poco, el del patrimonio olfativo de la humanidad", explicó. Pero ¿cómo logras capturar algo tan intangible como un aroma del pasado?. Uno de los métodos es exponer una fibra de polímero al olor para que los compuestos químicos que lo producen puedan adherirse a ella.
Luego Bembire analiza la muestra en el laboratorio, disuelve los compuestos que se impregnaron en la fibra, separándolos e identificándolos. La lista de compuestos químicos que se desprende del análisis funciona como una receta para crear el olor.
Otro método es separar e identificar los componentes directamente de una muestra gaseosa, lo que resulta útil en perfumes, comidas o bebidas porque permite identificar los compuestos activos que son volátiles. Y una tercera forma es la nariz humana: pidiéndole a individuos que describan ciertos aromas, o a "narices expertas" que tienen un olfato entrenado, como es el caso de los perfumistas o diseñadores de fragancias.
"Caracterizamos el olor desde el punto de vista humano", señaló Bembibre.
"Esto es importante porque, si queremos preservarlo para el futuro, depende de muchos factores. No solo de la composición química sino también de nuestra experiencia".
Bembibre ha extraído con métodos químicos el aroma de unos guantes de cuero, de libros viejos y del moho, entre otras cosas. Y ha reinterpretado el olor de una receta de ambientador floral de hogar utilizado en 1750 y de libros que alberga la biblioteca de la catedral de San Pablo en Londres.
Para lograrlo, ella ha tenido que recrearlos desde los compuestos químicos que existen hasta lograr el mismo aroma.
Incluso antes de abrirlo, su fragancia inconfundible invade tu nariz.
Pero este no es sólo un placer del que disfrutan quienes aman las bibliotecas y los libros. Ese aroma también tiene un valor cultural que está en riesgo de extinción.
Por cada viejo ejemplar que se destruye, tira a la basura o coloca en una habitación con temperatura controlada, se acota cada vez más la experiencia de oler unas páginas antiguas.
Es un problema que va más allá de los libros: las perfumerías, los bares, las ciudades enteras tienen como telón de fondo un repertorio de aromas que está cambiando todo el tiempo.
Para Cecilia Bembibre, una investigadora de University College London (UCL), de Londres, el aroma de los libros viejos tiene un importante valor patrimonial.
Ella está desarrollando técnicas para recuperar esencias del pasado que se han "extinguido" y preservar los olores que todavía se pueden reconocer en el presente. Esta es una faceta de la investigación en temas de patrimonio que a menudo se pasa por alto.
"La propuesta que hacen tiende a ser visual. Con algunas excepciones, la estimulación de otros sentidos, por ejemplo mediante objetos que se pueden tocar u oler, está reservada a los niños", añadió.
Bembibre está tratando de cambiar eso y de otorgarle al sentido del olfato el lugar que se merece.
"Quiero llamar la atención sobre este tema del que se ha investigado poco, el del patrimonio olfativo de la humanidad", explicó. Pero ¿cómo logras capturar algo tan intangible como un aroma del pasado?. Uno de los métodos es exponer una fibra de polímero al olor para que los compuestos químicos que lo producen puedan adherirse a ella.
Luego Bembire analiza la muestra en el laboratorio, disuelve los compuestos que se impregnaron en la fibra, separándolos e identificándolos. La lista de compuestos químicos que se desprende del análisis funciona como una receta para crear el olor.
Otro método es separar e identificar los componentes directamente de una muestra gaseosa, lo que resulta útil en perfumes, comidas o bebidas porque permite identificar los compuestos activos que son volátiles. Y una tercera forma es la nariz humana: pidiéndole a individuos que describan ciertos aromas, o a "narices expertas" que tienen un olfato entrenado, como es el caso de los perfumistas o diseñadores de fragancias.
"Caracterizamos el olor desde el punto de vista humano", señaló Bembibre.
"Esto es importante porque, si queremos preservarlo para el futuro, depende de muchos factores. No solo de la composición química sino también de nuestra experiencia".
Bembibre ha extraído con métodos químicos el aroma de unos guantes de cuero, de libros viejos y del moho, entre otras cosas. Y ha reinterpretado el olor de una receta de ambientador floral de hogar utilizado en 1750 y de libros que alberga la biblioteca de la catedral de San Pablo en Londres.
Para lograrlo, ella ha tenido que recrearlos desde los compuestos químicos que existen hasta lograr el mismo aroma.
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